Cuando el deber era de importancia, la misma le hacía olvidarlo.
Disimulaba su impaciencia en esa anhelada madrugada de fantasía, había logrado conseguir lo preciado. Sin embargo no podía evitar sentir algo deshacerse dentro suyo, liberándose de manera aleatoria y ciertamente poética, como arena cayendo de las alas de un ave en vuelo.
Llegó su esperado encuentro, a quien tras una obligada y fría sonrisa con un gesto le indicó le siguiera. Tras una breve caminata en un silencio expectante, abrió la puerta y entraron en un salón; aunque el silencio seguía igual de expectante, no permitían que la tensión generada por el mismo les afectase. Comprendían era necesario debido a la delicadeza de la situación.
Dejó que su invitado se pusiera cómodo y despliegue sus plumajes; disfrutaba del ritual del deseo más allá de su comprensión, le volvía loco sentirse deseado. Era todo una obra, una lucha de poder, un juego en el que se medían las fuerzas del oponente mediante intenciones disfrazadas. Pero esta vez, era todo diferente, gracias a la ilusión del control.
– ¿Lo tienes? – preguntó el anfitrión con una sonrisa inescrupulosa.
– Sí, lo tengo. – respondió con altura y severidad – Tengo tiempo.
Comenzaron a mirarse fijamente, sentados en una corta distancia física, haciéndose gestos insinuantes y quitándose de a una, ciertas prendas, con una sensualidad minuciosa, profana y rítmica.
Escapaban del tiempo en el deseo hacia un presente más placentero, pero algo dentro suyo comenzaba a pesarles. El silencio se volvía poco a poco inquietante, advirtiendo el precio que estaban pagando.
El tiempo es la consecuencia de una milenaria batalla entre lo rústico y lo delicado, domesticar lo salvaje. El tiempo no espera, no tiene tiempo, va a ocurrir estemos listos o no. No pasa para bien, ni para mal, ni para nadie, es un inalterable y constante accidente; como el inconsciente instinto de supervivencia de la sangre.
Fuegos fatuos arremetían contra la inesperada llegada de la luz del amanecer, como hormigas sobre arena, como carbón sobre papel, como las pieles que se respirando susurrabasn sus nombres. El agua de los cuerpos intensificaba los sentidos, emociones y distancias modernas. Sin decirlo sabían que podrían acariciar a una flor o un animal, pero no a otro hombre más, ya no sabían que pasaría; el juego era conscientemente aparentar.
Las sombras dibujaban historias, en sus rostros veían lugares, los ojos divisaban destinos seguros y temerarios. Fue cuando toda la experiencia se transformó en un mensaje que iba más allá de las palabras, no podrían haberlo explicado; finalmente no había vuelta atrás, sus héroes eran ahora villanos.
“En el entendimiento está el camino; en la honestidad, el amor; en el amor, la libertad; y en abrir los ojos, la fuerza necesaria para mantenerse de pie frente a los astros.”