Los cabellos sueltos que encontraba en la ropa hacían parecer al pasado eterno, moneda corriente, cotidiano. Como una anciana sin vida propia que todas las semanas va a la peluquería a hablar de los demás; como el hombre de hojalata y su corazón inalcanzable, como un recuerdo que le teme al olvido.
La única manera que encontré de elegir un camino entonces, fue caminando. En los campos veía eternidad, me representaban lo que habían sido, era y siempre sería. El impresionismo de los astros, lo barroco en las praderas; el reflejo puro de las formas como libro que envuelve la única realidad abstracta de las emociones. En un mismo espacio, somos diferentes personas con las cuales compartimos las consecuencias de nuestras acciones y decisiones.
En los cuadros recreacionistas que me mostraban los bosques con sus cielos es donde siempre creí ser; pero finalmente había notado la injuria: el pasado no está vivo pues no somos nuestro pasado, y el mismo estaba devorando mi presente. Ya no era ese poeta curioso, apasionado por la entrega al arte; me ví distante, resentido, calculador, inconscientemente inseguro y astuto, reservado, temeroso. Temía querer y decirlo, temo querer y decirlo, y por eso lo decía a to’ mundo. Ofuscado, confundido y con cierta iracunda ironía, fui a buscarme a la sombra de un pintoresco sauce que danzaba valses con el viento, haciendo un gesto con la cabeza me dije, cabreado:
– Juguemos a un juego: veamos quien esta mas enojado y quien tiene más derecho a estarlo, ¿quieres? – suspiré conteniéndome. – Veamos quien carga qué peso, como pesa nuestro peso, como afecta nuestro caminar, nuestra columna, la manera en la que cerramos las puertas, dormimos, soñamos, despertamos, como amamos, como vivimos. Veamos como es que gritamos, como susurramos frases impensadas, que solo quieren ser y salir de nuestros laberintos mentales más profundos y oscuros.
Veamos cómo reaccionamos ante el insulto, como sangramos, como despotricamos frente a los acontecimientos incontrolables del destino, frente a lo que no entendemos, frente a equívocas e insostenibles acusaciones. Veamos como invadimos la privacidad ajena, como a veces las buenas intenciones se vuelven difusas, absurdas, y empeoran las cosas.
Veamos como intentando ayudar, enloquecemos al ayudado; como intentando otorgar luz atraemos a la oscuridad y a la duda.
¿Quién tiene derecho a estar enojado? Pues todos, pero no busques la redención en otros, estarías llevando soldados a batallas que no correspondidas. Si quieres ayudar a alguien, miralo a los ojos, a la parte más brillante del fuego de los mismos y dile sinceramente «estoy contigo», continuado de un silencioso abrazo que dure más de diez segundos.
Querer es humano, equivocarse también y adivinos no somos. Entiende que la honestidad nos lleva adelante, pagando el dolor con la simpleza; y preguntate de qué sirven los secretos, y a quién se los guardas en verdad. –
Note los ojos de mi yo pasado humedecerse lentamente y derretirse como los de un perro a quien regañan. Había sido cruel, pues él aún no conocía mis aventuras, desventuras ni su claroscuro futuro; no entendía de qué hablaba, me arrepentí súbitamente de mi severidad. Entonces, lo traté como me gusta me traten, acariciando su cabello y mejilla, le hablé suavemente y de corazón.
– No, por favor…, no estés triste; nunca te dejaré en paz, pero siempre intentaré guiarte hacia ella. – Me quedé en blanco un momento, noté me costaba más de lo que creía pronunciar las siguientes palabras. – Yo te quiero, créeme. Y créeme…, que en verdad…., lo siento. –
Nos sonreímos dulcemente, y al alejarme de él, noté que hacía mucho tiempo ya era otoño. De seguro cuando recordara como era vivir, la estación finalmente cambiaría.
«En tus límites, recuerda siempre como dice la canción, <y si no les gusta, que vengan de a uno>.»