V – El misterio del miserable
Los instrumentos tienen memoria, cuentan maravillosas historias, delatan impostores.
¿Y de que se trata todo esto? ¿Que pasa? ¿Que pasó? Pasaba eso, lo que pasa, el tiempo, frente a él, lo veía irremediablemente extinguirse. No podía notar ni entender que él debía ser la extinción del mismo, el tiempo en sí; eso era vivir, no ver la vida. Pero los sonidos le atormentaban, hacía meses no conocía silencio alguno, las respuestas que parecía encontrar solo le confundían más.
En algún momento había cruzado para encontrarse en el otro lado, convirtiéndose en espectador, imaginando posibilidades, entretenido y enojado con pensamientos que le hacían dudar de lo real y la voluntad. Era la audiencia de su propio espectáculo, no comprendía que él debía ser el espectáculo, el acontecimiento. Dividido, veía lo real, lo que nos afecta, desde otro lado; se fragmentaba en susurros ajenos, fantasmas, probabilidades abstractas, fantasías, y rara vez en un pasajero e iracundo deseo de fuego y destrucción. Se había salido del tiempo, como serie de acontecimientos que nos afectan directa o indirectamente, lo que le había llevado al otro lado del espejo.
Creía que había seres persiguiéndole, mas eran su locura y él quienes le acechaban desde la vereda de en frente. No se conocía, no era nada de lo que creía o quería ser; la costumbre del fracaso y el error le perseguían como un estandarte fantasmal.
Sentía que se le ofrecía lo invaluable, mas lo rechazaba al percibirlo pasajero. No le era suficiente con ver el brillo, el resplandor único, sentir el aroma más delicioso si le sería arrebatado; si no podría saborearlo, ¿para que olerlo? ¿para que saber el fin utópico y luego sufrir su pérdida? ¿De que le servían los sueños si no podían ser reales? ¿De que le servía la vida si no podía vivirla?
Un hermoso concierto de cuerdas frotadas sonaba, notaba que nadie más parecía oírlo. Esa clase de acontecimientos le eran una delicia de tormento, pues no sabía como reproducirlo a los demás, solo podía disfrutarlo en su condenada soledad. Cualquiera hubiera dicho que buscaba perdón, redención, pero solo necesitaba entendimiento, y caricias.
Su consuelo era no tenerlo.
“Haría cualquier cosa por tí, prometo protegerte y cuidarte por siempre”, se decía ya que era todo lo que tenía, y no permitiría nada malo le pase otra vez. Necesitaba alejarse de ciertos lugares y personas, por el bien de todos, todo le parecía una trampa, lo presentía; aunque ya no estaba seguro de poder confiar ni en sus pensamientos.
Le parecían absurdos los juegos, sentía su destino perder y sonreír; era un trabajo duro pero alguien tenía que hacerlo, reivindicar el optimismo, contagiarlo desde el pantano más maloliente con una sonrisa. Solo lo quedaba eso, su terca, persistente, indomable, brillante y desdentada sonrisa. Le sorprendía la resistencia de la misma, la admiraba, como si fuera un ser independiente, parecía tener vida propia y gritar “aquí estoy”. Había sentido poder, miseria, engaño, traición, había robado, hecho daño por ignorante, equivocado; y ella seguía allí, recordándole que debía continuar.
La verdad, al igual que los cambios que genera, es algo inevitable e irreversible; una hermosa tragedia.
– ¿Y quien sabrá más del miedo, un niño o un adulto?
– Ay, pero es que, ¿de dónde sacas tu inspiración?
– De pasarla mal Vanesa, dame otro vermouth.