Ví al diablo en sus ojos.
En ese ritual que aprendemos de a dos, trance ancestral, danza carnal de poder
innombrable, esa vez las intenciones y deseos se cruzaron e invocamos algo desconocido.
Advertí un dulce, enigmático aroma a jazmines y azufre, pero cuando sentí sus manos más
firmes de lo habitual fue que ví…, ví al diablo en sus ojos. El brillo de los mismos distraían
de sus barrocas alas, dramáticos cuernos y sonrisa sagaz, pícara, resentida por un audaz
ingenio.
En sus ojos no noté esa esperanza que da la vida, solo una sólida y vacía profundidad
flameante, proyectándose, susurrando melindrosa e inentendiblemente. El entorno se vio
cubierto de una niebla grisácea y brillante, que danzaba galantemente invitando a hacerlo.
Sin darme cuenta me vi girando, riendo como nunca, sintiendo cosas que nunca había
sentido, y haciendo cosas que…., que nunca hubiera hecho… ¿Tendrán límite las trampas
del ego?
El diablo es finito, acaba cuando empieza el amor propio, es humo que quiere nuestro aire,
es oro falso; su única esperanza, es que te rindas.
Bailé hasta desvanecerme, desperté en mi cama sintiéndome increíblemente bien pero
rodeado de plumas, “que extraño, no recuerdo haber volado anoche” pensé, limpiando mis
cuernos.