“En el mundo donde todo el tiempo, todo se cae, siempre es domingo.
Los humanos no tenemos nombre ni número, solo aroma, piel, pelos y sexo”.
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Rostros delicados,
impetuosa e inocente rebeldía,
suave melancolía
de gozosa osadía.
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Manos ajenas abren puertas,
cerradas e inciertas,
hacen volar la imaginación,
hacia alguna una bendición.
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Llega a todos los oídos,
la mala prensa de los perdidos:
“aquí estamos y seguimos,
para recordarte que vivimos”.
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«Con nuestros perfumes y sabores,
traemos el humo que da calores.
El alma es el aliento,
al dolor se lo llevará el viento».
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Si de todo quieres más,
con el tiempo tendrás,
solo confusión en tus manos
por hábitos nada sanos.
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“Aquí enamorarse está prohibido”
Me dijo con rudo encanto el olvido.
A tí como decirte que no.
A tí como decirte que sí.
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¡No me mires así!
No me mires así…
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Procura no recordar,
si quieres dejar pasar;
entiende que las pesadillas*
están destinadas a iluminar.
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La luna sueña
ser propiedad,
ser dueña
de su verdad.
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Mi Calígula,
no hagas trampa en el amor.
El que hace daño,
solo se lastima a sí mismo.
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Mi Drusila,
escucha a los caballos correr,
mirame a los ojos.
Todo ya está dicho.
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* Varios artistas transmutan esas sensaciones de incomodidad en su trabajo. Un buen ejemplo es el de Rachmaninoff, al plasmar la pesadilla de presenciar su entierro en el “Preludio en Do sostenido menor”. La melodía y su dinámica transmite esa inquietud, miedo a lo inevitable y la sorpresa de la revelación.