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Mr Barney/ Martin M. Gómez Bustamante

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Gritos enojados

en la desesperación

del desentendimiento,

Conscientes su inconsciencia.

¿Por qué me levanta la voz?

¿Qué reclama?

Todo lo que tengo soy yo

y mis historias son terminar.

No les hagas daño a mis letras,

no soportaría una cuarta vez.

Ellas son inocentes,

el volcán no tiene la culpa de serlo.

Mirada temblorosa,

punto inalcanzable,

infinito,

atención dispersa.

No existe el exterior,

no hay interior,

la mirada escapa

del temor, 

Horror,

asfixia,

dolor que aumenta

sin detenerse,

desprendiéndose infinitamente sin hacerlo.

Aunque el perdón de nada sirva,

hasta que conozcamos a la muerte,

podemos hacer un mejor lugar.

Nunca es tarde para lo que vale la pena.

Somos lo que queda.

Si le preguntaban a alguien, les diría que siempre pareció gustarle jugar con fuego, vivir al límite, el disparatado e inocente cosquilleo que ocasionalmente notamos en nuestro cuerpo. Lo cierto es que le hechizaba la peculiar diferencia del olor a tierra mojada o seca por las noches y el alguacil le parecía de los seres vivos más amables.

De cualquier manera ya no sabía qué se decía de su vida, había pasado un tiempo de aquellos tiempos y decidió que era suficiente, había que cambiar. Buscó registros de su historia, el primerizo parecía ser un papel que decía que había nacido en Argentina, un hermoso y complicado país: recuerdos cargados de tiempo le cayeron inevitablemente encima, como el agua de la lluvia que le hacía sentir una profunda sensación de agradecimiento. 

Su existencia era movimiento incesante, estuviese listo o no, siempre sería parte de ella. Luego de la bocanada de memoria notó que hacía tiempo estaba frente a un camino gris, uno verde y que además había un documento que verificaba tenía un nombre y había empezado a “ser” a cierta hora,  en cierto místico, precioso y complicado lugar. Aunque la falta de asertividad no le permitía seguir adelante, lo hizo por primera vez en mucho tiempo y entendió que no le faltaba decidir sino entender.

“Y que si el frío adormece,

también el calor con su ardor;

olvidamos no se trata de ser

un tronco o una flor,

solo de ser.

La libertad parece ficticia, impensable, 

pero no existe lo inimaginable.” 

Le parecía ayer cuando era un niño de 8 años que camino a su casa de la escuela se encontraba una pluma amarillo opaco y una libreta en blanco, el sol era tan amable y brillante…. Atesoraba esos momentos, en especial ese, cuando de infante juró anotar y guardar cada historia de su vida.

Ahora estaba lejos de eso, bajo una cascada de cagadas y esperanzas, enredado en los nudos de sus frágiles y persistentes recuerdos. Recordó además el primer momento en que sintió la realidad ponerse seria, entendió que iba a ser incontrolable, natural, salvaje; también cuando empezó a usar su juicio que hizo todo cambiar. Hay momentos clave para el cambio, cuando sentimos fuerte, cuando nos sentimos fuertes, cuando nos sentimos héroes, cuando nos hacemos reír, cuando nos engañamos por primera vez.

Ahora la única testigo de su vida no era su libreta, si no su fija, críptica, taciturna y soñadora manera de mirarse a los ojos, mientras deglutia la idea de que nunca volvería ser quien era antes.

Lgo ce avía rotho, perdodi; lguien ce lu kitó n um discuido.

Le quedaba poco tiempo, pero la música estaba deliciosa, así que decidió anotar unas ideas en su libreta, y bailar solo un poquito más.

Virgilio en la esperanza:

antes que digas nada,

te confieso que lo hice a propósito.

Es que aquello se veía venir:

un pasado condenado

a un futuro tormentoso.

Aprendí que adulto ,

es quien quiere

y se quiere bien,

sin hacer mal;

quién ayuda a volar

y lo hace.

¡Pero sin empujar che!

Que hay manos ancianas

de ojos sangrantes,

espíritus ardientes

con su expresividad herida

y las ollas vacías.

Cuidemos a las voces sin padres

de gargantas lastimadas

por gritar y no ser oídas,

tienen las alas resentidas

por donde soñar y no vivir el sueño

de la vida que siempre quisiste viva,

según la pared de un yo adolescente.

Esas viejas hechiceras de la noche

bicicleteando por las calles de tierra en la Reconquista santafesina,

curan a los adoloridos de palabra:

«Ronda de loba y tereré,

besos a las mejores tías del mundo,

a reír sin saber de qué con los primos.

Bañarse bajo la lluvia

con el temerario corazón de un niño

devuelve la vida»

Bueno, eso Walter,

vos y yo sabemos

que eran lo mejor

las tablas largas en la vereda,

Porque no es el pensamiento,

no es la palabra,

si no lo que hicimos

y lo que hacemos

Todo lo que tenemos es nada,

recuerdos y palabras,

que son eso,

todo y nada a la vez.

Aunque no pronunciemos,

aunque no recordemos,

sigue estando todo en un presente

consistente, suculento,

frágil, brillante y volátil.

Nunca estaremos injustamente solos,

incomprendidos,

hechos a un lado;

porque siempre hubo y habrá

un lugar para nosotros

en los parques de Argentina,

el cementerio,

y en mi mesa cuando tenga una,

obvio.

Esto no se trata de mí,

tampoco de tí,

ni de nosotros,

sino de lo que es, punto.

El miedo es parte de la realidad,

lo que te asusta está vivo gracias a tí.

Temerle a algo,

es abrazar ese mismo miedo.

Detrás de todo villano

hay un superhéroe frustrado,

detrás de todo superhéroe,

hay un ser vivo.

No te pido perdón por ser así,

lamento mis modos te hieran,

te causen dolor, te hagan sentir mal,

eres único y valioso, una maravilla.

La evolución es un imaginario,

seguimos en la misma selva,

donde los animales sobrevivimos

gracias a restos de amor quemado;

donde las madres nos preguntan

a sus hijos sollozando,

«pero si los crié a los cuatro igual,

¿!por qué eres tan cruel?!»

Los niños escuchan

y aprenden caminando.

No me abandones, 

no me dejes solo.

Solo hay nada,

solo hay olvido.

Te estaba viendo

y de repente te ví,

me dijiste que nos habíamos dejado de ver,

que no ví por un tiempo.

Miradas de ajedrez,

mensajes en la almohada

leen en sangre:

“no me beses más”

Si no puedo besarte más,

no sé que hago en tu vida,

no sé que hago en la vida.

Obsesión, sobredosis física y emocional.

Por más que lo intento,

no puedo ser quien quieres que sea.

Cómo ser,

cuando no sé quien soy.

Lo único que sé,

es que debo perdonarme,

caminar

y ser lógico.

Una amarga amnesia

cargada de un aroma denso a madera y barniz,

anuncia un escalofriante, rotúndo, húmedo

“adiós”.

Una brisa divina sin origen

que se escabulle súbitamente entre mis piernas

me ancla al ahora.

El ahora, que agradable sorpresa, que felicidad tan repentina en medio de esta agonía desesperada causada por haberlo visto..,

no hay nada.

Silbido huérfano,

lágrimas de fuego,

campanas,

paloma blanca solitaria.

Piedras frías

en el abrumante y místico calor

de Santiago de Compostela.

El cuerpo tiembla rebelde y esporádicamente.

Dios,

madre,

padre,

hermanos.

Humo en la oscuridad,

voces de memorias,

juicios falsos,

promesas temblorosas.

El dolor del pasado,

el peso del presente,

la traición de un futuro,

que deseoso se desvanece.

Los girasoles dándole la espalda al sol,

el alimento como limosna

para la soledad del alma.

Un fantasmal y descuidado susurro:

“por favor, perdón, gracias”

Busco esperanza,

mas no se cómo encontrar lo desconocido.

No hay nadie en la habitación,

solo mis errores y yo.

Esto nace desde una perspectiva de mucho calor, dolor y ruido, pero con la fuerza e inocencia de un niño bailando en un autobús.

Alineaba el deseo con mentiras para que la realidad le sea mas apetecible; notaba extrañeza en sus movimientos, cómo caminaba, miraba, comunicaba, lo que le hacía dudar lo que era… ¿un monstruo? Sabía que había cambiado bastante, que había sido una zorra con sentimientos pues ¿cómo es que mentía por si acaso? ¡¿y alguien me puede decir por qué fumaba tan compulsivamente?¡ Como si cada segundo que pasara fuese una derrota, un deber que no pudiese cumplir; como si quisiera hacer algo con su vida. 

Se orientaba a la búsqueda de lo inestable, a las tormentas de viento, disfrutaba como le convertían en un asterisco. En un punto de su vida había elegido no ver más, no sentía esa alegría de vivir que nos motiva a abrir los ojos y mover nuestro cuerpo; a celebrar sol, luna, fuego, viento, tierra, agua, a respirar.
Había visto la verdad y no podía despegarsela de la cabeza: la vida como algo naturalmente frágil pero solidamente inquebrantable. El acontecimiento incontrolable. In

Entendía sin saber, por lo que no se apenaba ni quejaba, porque no quería ser el lamento, si no la fortaleza del verbo. 

El verbo…, lo único que era cierto, y lo que le mantenía en pie.

No lo pensó, se levantó y se fué; no quería formar parte de la realidad en la que estaba, y nada iba a cambiar, por lo que lo mejor era irse ¡Y se fue, sorprendido! Como si una fuerza interna escondida cogiese los mandos de su cuerpo, ¿sería un robot de la razón ahora? No importaba, lo importante, es que esta vez, se había ido a dormir.

El cuerpo convulsiona,

se sacude incontrolablemente,

un sonido agudo crece,

abrazamos la tormenta.

No podría confesarme,

tardaría demasiado tiempo,

tiempo que necesito

para descifrar la verdad.

Inimaginable verdad,

incontrolable deseo,

engaño, traición,

belleza, desesperación.

No hay olvido 

para el sabor del mensaje,

del instinto salvaje.

Fuego en la boca..

Lo fácil es tan difícil,

romper una cadena de pensamientos,

desligarla emocionalmente,

seguir sin mirar atrás.

Sentir el calor,

pensar  el dolor,

estar aún;

seguir en un recuerdo.

Arde olvidar,

duele dejar,

pedir por favor,

rogar, suplicar.

Se desmorona todo,

tan agria, suavemente,

ocurre el ocurrir,

el ahora.

Verlo,

reaccionar

frente a lo inevitable.

Tiempo despiadado, indomable.

El frío tan caliente que entumece,

el calor que suda.

La sonrisa y las cicatrices muestran,

más lo hace cómo miramos.

El peligro,

la ausencia,

la única realidad,

lo que vive y lo que no.

Dejarse morir

es otra manera de matarse.

Olvidar olvidar,

olvidar perdonar.

Avanzar retrocediendo,

el brillo incoloro en la oscuridad de las pupilas,

el pensamiento de no volverte a tocar.

La contradicción tiene nombre, el tuyo.

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